El 25 de julio se conmemora el Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, instaurado en 1992 como resultado de un encuentro regional que reunió a mujeres de ascendencia africana de más de 30 países.
La fecha busca reconocer el rol de estas mujeres en la historia, visibilizar su lucha contra múltiples formas de discriminación y promover políticas públicas que atiendan sus necesidades específicas. A lo largo de los años, la conmemoración ha cobrado fuerza, sirviendo como plataforma para articular demandas en ámbitos como salud, educación, participación política y erradicación de la violencia racial y de género.
Un origen colectivo y estratégico
La fecha del 25 de julio fue pactada por lideresas afrodescendientes como símbolo de lucha compartida y estrategia regional frente a la discriminación racial y de género que aún persiste. (africa-womenconference.org)
El origen de esta fecha se remonta a un encuentro internacional de mujeres negras que se llevó a cabo en América Latina a inicios de los años noventa. Fue un evento sin precedentes por su alcance regional, en el que participaron delegadas de más de treinta países de América Latina, el Caribe y la diáspora africana. Allí se acordó establecer el 25 de julio como una fecha de reivindicación y lucha colectiva.
La creación de redes internacionales permitió articular demandas comunes. Se trató de un paso importante para transformar el activismo local en propuestas regionales. Desde entonces, el 25 de julio dejó de ser un día más en el calendario para convertirse en una oportunidad política que une historia, memoria y exigencia de cambios concretos.
El objetivo inicial se mantiene vigente: visibilizar a las mujeres afrodescendientes en un contexto donde el racismo estructural y el machismo las colocan en situación de desventaja. La fecha es también un recordatorio de que las luchas sociales no son ajenas al color de piel ni a la herencia cultural.
Una realidad marcada por la desigualdad
En distintos países, las mujeres afrodescendientes siguen siendo relegadas a los márgenes del sistema, lo que se traduce en menor acceso a oportunidades y mayor exposición a la violencia.( Epsy Campbell)
Hoy, las mujeres afrodescendientes siguen enfrentando profundas brechas estructurales. Acceden en menor medida a la educación superior, ocupan empleos informales y suelen desempeñar trabajos con baja remuneración y escasa protección social. Además, los índices de pobreza, exclusión y violencia son más altos en este grupo poblacional.
Los estereotipos raciales y de género siguen presentes en los medios, en las instituciones y en las prácticas sociales cotidianas. Esta intersección de desigualdades se traduce en una mayor vulnerabilidad, especialmente en contextos urbanos marginales o rurales. La discriminación múltiple impacta en su acceso a la salud, la justicia, el empleo y la representación política.
Frente a este panorama, el 25 de julio funciona como una fecha para reflexionar, pero también para exigir respuestas. No se trata solo de conmemorar, sino de incidir en la agenda pública. Las demandas apuntan a que las políticas sociales incorporen una perspectiva interseccional que reconozca las particularidades de las mujeres afrodescendientes.
Reconocimiento global y visibilidad en aumento
La creciente presencia de mujeres afrodescendientes en espacios de poder y cultura refleja logros importantes, pero aún quedan barreras que impiden una inclusión plena y sostenida.
En los últimos años, la visibilidad de la mujer afrodescendiente ha aumentado en distintos espacios. En algunos países, han accedido a cargos de representación política, liderando ministerios, alcaldías o escaños legislativos. Su presencia en estos ámbitos no solo es símbolo de avance, sino también resultado de décadas de activismo y resistencia colectiva.
Pese a los logros, todavía existe una brecha entre la representación simbólica y la transformación estructural. La participación en el poder político no garantiza, por sí sola, cambios inmediatos en la vida de las mujeres afrodescendientes. Sin embargo, sí constituye un paso relevante hacia la inclusión.
En el ámbito cultural y académico, también se ha fortalecido la producción de conocimientos desde una mirada afrodescendiente y feminista. Ensayos, documentales, obras de teatro y publicaciones especializadas han contribuido a cuestionar los modelos tradicionales y a construir nuevas narrativas sobre identidad, poder y justicia.
Una fecha para la acción y las políticas públicas
Esta fecha sirve como una plataforma de exigencia para que los Estados respondan con políticas efectivas frente a la discriminación racial y la exclusión de las mujeres negras. (Freepik)
Cada 25 de julio se organizan actividades en distintos países: foros, marchas, encuentros comunitarios, exposiciones, conversatorios y jornadas de formación. Estas iniciativas buscan fomentar la reflexión colectiva y promover el diseño de políticas orientadas a cerrar las brechas históricas.
Uno de los principales desafíos es lograr que la acción del Estado no se limite a lo declarativo. Se necesita que las medidas de inclusión racial y de género se conviertan en estrategias permanentes. Las demandas van desde la implementación de censos étnicos hasta la adopción de planes integrales contra la violencia racista.
También se promueve el acceso a educación con enfoque intercultural, programas de salud que consideren determinantes sociales y la participación activa en los espacios de toma de decisiones. El trabajo en red, tanto a nivel nacional como regional, ha sido clave para que estas demandas no se diluyan.
La conmemoración del Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente trasciende el gesto simbólico. Es una plataforma de lucha que interpela a la sociedad, a los gobiernos y a las instituciones.
La fecha exige que se reconozca la diversidad dentro del movimiento de mujeres y que se enfrente de forma decidida el racismo estructural. El 25 de julio no solo recuerda un origen, sino que proyecta una agenda que aún está en construcción.