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Campañas sucias

No existe democracia sin consensos porque organiza ejercicio del poder procesando civilizadamente las contradicciones que existen en una sociedad. Los sistemas en los que aparentemente no hay contradicciones son totalitarios, manejados por un grupo político, religioso o un tirano dueño de la verdad.

La campaña electoral supone un enfrentamiento entre líderes y grupos que tienen distintas propuestas para dirigir el país. Durante millones de años las nueve especies humanas que se conocen, dirimieron la lucha por el poder usando la fuerza física y nos es difícil superar esa pulsión atávica. Sentimos la excitación de nuestros ancestros y de nuestros parientes simios cuando presencian el enfrentamiento de sus líderes. Es un espectáculo que produce intensas emociones, que añoran quienes reclaman agresiones en los debates.

En el siglo pasado, como dice Federico Krause, las ideologías reemplazaron a la religión para dar una aureola trascendente a la lucha por el poder. Bastantes líderes como Velasco Ibarra o Hipólito Yrigoyen decían que en la elección en que participaban era trascendente casi con las mismas palabras: “ésta no es una elección más, porque está en juego el futuro de la Patria que, según sean los resultados, se salvará o llegará a su destrucción definitiva”. Nada se salvó cuando los eligieron varias veces, ni se acabaron los países cuando ambos fueron derrocados, pero esa oratoria épica, electrizaba a multitudes que se movilizaban por mitos simplones.

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Actualmente los lectores están más informados, pero al mismo tiempo las proclamas son más sensacionalistas. Trump dice que anexará Canadá y Groenlandia

En ese entonces, la política era un espectáculo de menor calidad al contemporáneo, propio de la radio y la imprenta de tipos. Actualmente electores están están más informados, pero al mismo tiempo las proclamas son más sensacionalistas. Trump dice que anexará Canadá y Groenlandia a Estados Unidos, Milei va a terminar definitivamente con la corrupción y ganará el Nobel de Economía. Suena mucho, no ocurrirá es parte de un circo desmesurado.

Muchos creyeron que los caudillos tenían poderes “paranormales”, los siguieron ciegamente, y los enfrentamientos de la campaña parecían importantes para el futuro de la humanidad. La mayor parte de la especie ni siquiera supo que habían ocurrido esas luchas, ni ubicaba mucho ni a los países y ni a sus presidentes.

Con la Cuarta Revolución Industrial, languidece esa visión de la política. La gente está más informada que en el pasado, pero al mismo tiempo, como dice Zygmunt Bauman, vive en una sociedad líquida. Está más preocupada por comprar su heladera en cuotas, que por discutir la teoría de Teilhard acerca del alfa y el omega de la historia.

Las religiones, incluido el comunismo, son solo ocasión de reuniones sociales o de procesiones divertidas. Lo inmediato y la vida cotidiana devoraron lo trascendente. Los mensajitos de texto casi nos dejan en el desempleo a quienes nos hemos pasado la vida escribiendo libros y estudiando. Pensar es impopular. ¿Para qué tratar de encontrar sentido a lo que ocurre en la sociedad leyendo un libro, si se puede preguntar a la inteligencia artificial que lo sintetice en cien palabras? ¿Para qué investigar, perder el tiempo pensando, elaborando estrategias, si todas las mañanas el líder iluminado puede levantar su naricita, leer el horóscopo y hacer cualquier disparate? Eso dice el sentido común de políticos y electores que están más informados y menos formados.

Pero la realidad no es así. En la sociedad posmoderna la gente es más libre, no endiosa a sus dirigentes, quiere satisfacer sus propios intereses. La actitud de los electores es pragmática. Se aburren con las peleas entre los líderes, cuando no les producen algún beneficio a ellos mismos, o si no demuestran que están haciendo dinero a costa de los más vulnerables.

Quienes votan se aburren de las peleas entre los líderes, cuando no les producen un beneficio a ellos mismos o si no demuestran que están haciendo dinero a costa de los mas vulnerables

La verdad, que antes era discutible desde el punto de vista filosófico, ha volado en pedazos. Varias tesis que parecían inmutables han resultado falseadas por los descubrimientos científicos. Para entender la historia argentina, es indispensable estudiar la gran historia, un campo académico emergente que trata de analizar de manera unificada la historia del Cosmos, la vida y la humanidad, estudiando ciclos de larga duración, empleando un enfoque multidisciplinar que combina todas las ciencias que estudian el pasado, pretendiendo al mismo tiempo saber cómo y porqué actuamos como lo hacemos.

Con esa reflexión se puede comprender la inutilidad de las campañas sucias, en un tiempo en el que incluso la intervención de las élites en la política, ha perdido importancia frente a lo que algunos autores llaman el “new power”, la fuerza de la gente común que se comunica libremente y desconfía de lo que dice la mayoría de los líderes.

El fenómeno fue analizado por el fundador de la consultoría política Joseph Napolitan, en su texto sobre campañas negativas publicado en 1989, y profundizado por los textos publicados en Stanford por Stephen Ansolabehere y Shanto Iyengar, Going negative y Winning, but losing: How negative campaigns shrink electorate, manipulate news media.

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