Saltdale, una pequeña comunidad no incorporada del condado de Kern, en California, podría desaparecer y ser olvidada a pesar de su glorioso pasado. El pueblo “se hunde” en su propio suelo salino mientras se convierte en un destino fantasma.
El pueblo Saltdale fue fundado en 1914 para la extracción de sal del lago Koehn, con el objetivo de que se convirtiera en una zona comercial. Su actividad fue tan fructífera que, para 1915, se producían más de 700 toneladas de sal por semana.
Ese año, la empresa Consolidated Salt Company tomó el mando de las operaciones mineras y construyó un molino de cuatro pisos, según informó SFGate. Había entre 30 y 65 personas empleadas. Además de las fábricas de sal, los pobladores contaban con una escuela, una oficina de correos, casas de madera, tiendas de la compañía para comprar y asistían a las iglesias de los pueblos cercanos a Randsburg y Cantil.
Sin embargo, en 1940 la escasez de lluvia afectó el ciclo natural de la sal en el lago Koehn y, con menos agua, la producción de sal se redujo notablemente. A eso, se sumó la modernización de la industria minera, que requería cada vez menos mano de obra. Estos factores contribuyeron a su paulatina desaparición.
Con una industria inexistente, las familias comenzaron a mudarse a pueblos aledaños. En 1950, la oficina de correos cerró sus puertas, mientras que un año después ocurrió lo mismo con la escuela.
El final para este pueblo llegó en la década de 1970, cuando la fábrica de sal dejó de operar definitivamente. En concreto, la Junta de Apelaciones de Tierras del Interior de Estados Unidos dictaminó en 1975 que todas las concesiones mineras en el lago Koehn eran nulas, según informó Daily Press.
Con el paso del tiempo, las estructuras de las edificaciones y casas comenzaron a desmoronarse. Ahora, Saltdale se hunde en los vestigios de lo que alguna vez fue.
Saltdale es una zona desértica que parece desaparecer dentro del mineral que lo hizo surgir: la sal. Visto de lejos, parece que el antiguo asentamiento está cubierto de nieve. No obstante, al acercarse es evidente que son depósitos de sal los que devoran lo que alguna vez fue una pequeña comunidad con un futuro prometedor.
El suelo del pueblo es húmedo y está lleno de crestas de barro salino que, si bien parecen sólidas, al pisarlas se resquebrajan y se asemejan más a arenas movedizas. Todavía conserva algunos restos de las vías de ferrocarril, vagones, postes de luz derrumbados, tuberías de metal oxidadas y casas que se cree que en los próximos años estarán enterradas en el extenso desierto.
Las estructuras de madera y de metal, que supieron consolidar el pueblo minero, en la actualidad son corroídas por la sal que llega desde lago seco y destruye todo a su paso. Algunas edificaciones, como un pequeño galpón de metal, comenzaron a inclinarse hundidas en el barro salino en el que se convirtió el suelo.